viernes, 9 de septiembre de 2011

Sobre como la vida te puede cambiar en un segundo.


La familia completa. Año 1979

Introducción
Los cambios en la vida son necesarios, salir de la zona de confort en que tantas veces nos anquilosamos y mover la energía, mover el espacio, cambiar sin miedo es reconfortante.

A mí los cambios no me asustan. Nunca lo hicieron. Pero cuando se vive un episodio que modifica tu existencia y su rumbo de manera absoluta, de esos que te parten la vida en dos: un antes  y un después, reconsideras el significado de cambio y dejas de entenderle los beneficios y más aún cuando te hacen llorar, cuando te hacen sufrir.
En este trasegar en el mundo muchas personas apenas me conocen. No saben de mi dolor que es inevitable olvidar, de mi ausencia eterna, de mi mar de nostalgias.

Quienes llegaron recién después de 1998 la conocen a medias y han llevado a mi lado, muchos sin saberlo, un proceso de duelo intenso, transversal, doloroso y muy lento.

El escrito original de esta historia se originó en septiembre de 2011 gracias a un naciente blog, al observar mi entorno y darme cuenta de tantas quejas insignificantes que escuchaba a diario. La actualización que hago, cuatro años después (diciembre de 2015), tiene mucho del gusto por la escritura que se ha cosechado en mi nuevo trabajo como periodista para un medio escrito. Era solo pulir, darle otros matices a mi historia personal, a mi relato de vida, ese que me partió la vida en dos y que cambió mi presente y mi futuro en un segundo.

El hecho
Mi vida era como cualquier otra. Estudiante universitaria con miles de sueños por delante. Trabajaba en RCN Radio. Un núcleo familiar maravilloso  pero pequeño: papá, mamá y hermana menor. En el año 1996 vino a Colombia una amiga boricua que había hecho gracias a las cartas, de esas amigas por correspondencia que promocionaban las revistas  juveniles Tú y Coqueta.  Gracias a su visita a Colombia me correspondía el turno de conocer La Isla del Encanto. El viaje fue planeado con mi familia, aún sabiendo que no había los recursos para viajar los cuatro, pero todos ayudaron a planear el viaje de mi vida. Llegó la oportunidad de irme de vacaciones al exterior, mi primer viaje afuera y mi primer viaje sola. Recién había cumplido 23 años.

Me embarcaron mis padres un día de noviembre de 1997, ellos estaban felices, su hija mayor cumplía un sueño colectivo: viajar, conocer el mundo. Me despedí de ellos emocionada por la aventura y sin llegarme a imaginar que esa imagen, esa despedida sería un adiós para siempre.

Mi viaje a Puerto Rico fue soñado. Elsie Yadira y su familia me recibieron y adoptaron como una más. Allá llevaba los apellidos Jiménez Galarza. La acogida de ella, sus dos hermanas y sus padres fue  quizá un apoyo para lo que venía. En esa época Internet y los correos electrónicos apenas hacían su arribo y los celulares eran escasos, caros y de un tamaño monumental, así que la comunicación con mis padres fue de teléfono fijo a teléfono fijo, y sólo dos ocasiones: para avisar que había llegado y para avisar que ya el paseo terminaba y coordinar el regreso.

Fueron 12 o 13 días, no lo recuerdo con precisión, para conocer un país que amo y que me dio todo el soporte para los días de angustia que sin saberlo se acercaban a mi vida.

La vida te cambia en un segundo y nadie está preparado para ello, así yo escriba este relato con el fin de que quien lea, lo asimile.
 
Familia completa, 1989
A mi regreso, esa fecha sí la recuerdo muy bien, el 2 de diciembre de 1997, mis padres me esperaban en el aeropuerto; al menos eso fue lo acordado telefónicamente. Recuerdo esa llamada como si fuera ayer y trato de que el sonido de esas voces no se borre de mi memoria inmediata, es difícil porque llevo muchos años sin escucharlas. Hago mi mejor esfuerzo.

En el avión me embargó una sensación de miedo, una angustia que me hacía pensar que la aeronave se iba a caer e iba a morir, no se cómo explicarlo. Llegué a pensar, incluso que no había alcanzado a despedirme de mis padres y que conociéndolos como los conocía iban a sufrir mucho con la muerte una de sus hijas.

Esa sensación se calmó cuando el salsero cubano Rey Ruiz se montó en el mismo avión. En ese momento pensé, "Rey Ruiz está muy joven, no creo que se vaya a caer este avión con él, ¿será que entonces no se caerá este avión?". Debo reconocer que su presencia me tranquilizó y que el viaje hacia Bogotá pasó sin contratiempos.  También admito que recé todo lo que sabía, tenía miedo de morir tan joven, sentía que me faltaba mucho por vivir.

Me despedí del cantante en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá; yo seguía para Medellín, él para Cali, a cantar. La sensación de que el avión se caería continuó, mi pensamiento era "no me maté en el vuelo San Juan-Bogotá, cómo va a ser que ocurra en el trayecto Bogotá - Medellín?". Yo venía con angustia en el corazón y no sabía lo que me iba a encontrar. El vuelo estuvo lleno de turbulencias.

Al aterrizar al José María Córdova, de Rionegro, tuve una sensación sublime. Una tranquilidad pasmosa que terminó pronto cuando me vi sola.  Los pasajeros fueron dirigiéndose a sus destinos y ni rastro o huella de quienes me esperaban, pensé, por un momento que era una broma, mi padre era chistorete, bromista y contento y no era raro que decidiera esconderse.  Lastimosamente, no fue así.

Sola y tiritando de frío a las 9:30 de la noche, en plena salida del aeropuerto, escuché a unos taxistas hablar del aparatoso accidente de una buseta que había ocurrido horas atrás y de cómo la señora que habían sacado estaba casi muerta.

Mi mente no alcanzó a procesar la información y lo primero que pensé era que mi madre había muerto y empecé a llorar inconsolablemente como una niña. Yo sabía que ellos saldrían temprano para llegar a caminar por el aeropuerto mientras llegaba mi vuelo; yo sabía que iban en buseta porque no habían conseguido a nadie que los llevara, yo sabía que tenían que estar ahí y no estaban.

En ese momento de angustia y de preguntarme cuestiones tan impensables, un ángel apareció. Un taxista se percató de mis sollozos, de mi palidez y me preguntó por qué pensaba que esa señora podía ser mi mamá.

Le expliqué, con detenimiento y tratando de calmar mi tormento, que hacía una hora había llegado y ellos, mis padres, se suponía debían estar en el aeropuerto y que habían subido en buseta. Ese ángel fue mi guía, yo no tenía razón, ni cerebro, ni cabeza fría para pensar.

Se apersonó del caso y me llevó a una oficina de Aerorepública, una aerolínea de la época. La joven de la oficina llamó al Hospital de Rionegro y allí corroboraron que los heridos del accidente estaban allá.

Ella me puso en la línea mientras me observaba detenidamente junto con el taxista, con los ojos tan abiertos y unas caras de miedo que me asustaban aún más a mí.

Quien me habló desde el hospital me preguntó mi nombre, el de mis padres, se fue dos minutos, luego volvió. De ahí el interrogatorio: “¿Usted qué es del señor Hugo?, ¿me repite el nombre de su mamá?”, se iba y regresaba nuevamente, “¿usted dónde está?, ¿está acompañada?”, seguían las preguntas.

Lo primero que me dijo quien estaba al otro lado de la línea era que la señora que había muerto en el accidente no se llamaba como mi mamá. Respiré tan profundamente e hice una cara de alivio que contagió a quienes me observaban con detenimiento. “No es mi mamá”, les dije. (Después me enteré que la señora que falleció era de Bogotá, casada y con tres hijos. En ocasiones pienso en ellos y siempre he deseado que estén bien).

Pero, un momento, “hay un señor que acaba de morir y tiene los documentos del señor que usted está buscando”, me dijo la voz masculina telefónicamente.

Mente en blanco, taco en la garganta, taquicardia.

Mi maleta se quedó en la oficina de la aerolínea, mi ángel taxista me llevó al hospital. En el camino lloré a cantaros, pensaba en mi padre, un hombre de 56 años, con una  excelente salud y de una alegría desbordante al que no volvería a ver, vivo.

Al llegar al hospital me tocó reconocer su cuerpo. Nada agradable para una joven que acababa de llegar de sus mejores vacaciones.  Las emociones se revolcaron internamente cuando el médico levantó la sabana hospitalaria para el reconocimiento del cadáver. Al principio dije que no era, alguien gritó de alegría y se sintió como un eco, “no es”, creo que fue el taxista, no estoy segura.

Otra enfermera se acercó con su billetera, su reloj. Todos me miraban perplejos. Pedí que le quitaran toda la sábana, no solo la cara. Después de observar con detenimiento reconocí su ropa interior, sus piernas de ciclista, sus cicatrices. Era mi papá, no había duda.

La primera vez dije no, acompañada de un sentimiento de negación y de una deformidad que había quedado en su rostro a causa del golpe en la cabeza por el accidente. Hugo era muy delgado, ver a un hombre con papada y cachetes que nunca tuvo me desconcertó.  Pero ya no había nada que hacer,  era mi papá y ahí estaba: muerto.

Me desplomé en una silla a llorar ante la mirada de tristeza de quienes estaban conmigo. Unas tres personas recuerdo, no sé quiénes, no reconocería sus caras hoy.

En un momento de lucidez, en medio de la tristeza profunda que me embargaba llegó una incertidumbre más: ¿Dónde estaba mi mamá?

En mi actitud de machito, esa que mi abuela siempre ha dicho que tengo, le exigí al médico la verdad. Para mí era inaudito que me mintiera con relación al estado de salud de mi madre.

Beatriz, de 49 años,  había sido trasladada al otro centro asistencial de Rionegro. Tenía heridas muy graves en su pecho y su abdomen que requirieron de una cirugía urgente, además del mismo golpe en la cabeza de mi padre, aunque más leve.

Me entregaron su ropa, rasgada, llena de sangre. La rechacé. Tenía un buso beige que me encantaba, me la imaginé con el puesto. Volví en sí, me entregaron sus joyas y unos billetes doblados: “Los tenía en un bolsillo secreto en el pantalón”, me explicó la enfermera.

Antes de irme al otro hospital llamé a quien pude, eran las 10:30 de la noche, no había celulares, todo por fijo, en el hospital me prestaron un teléfono. Mi hermana no había llegado a casa. Llamé a mi abuela, la mamá de Beatriz. A la hermana de mi papá. La primera contestó, la segunda tenía el teléfono descolgado, era su costumbre. Sabía que se iba a enterar al otro día de que su único hermano ya no estaría con ella, acompañándola, siendo su soporte.

Como mi hermana no contestaba llamé a los vecinos, a la familia Díaz. Era tarde, no era bien visto llamar a esa hora, pero ante noticias así no había nada que hacer. Liliana Díaz, la hija de la familia me contestó. Mis palabras fueron supremamente frías:
    –   Pásame a tu papá
    –   Está dormido
    –   Creo que lo debes levantar, mi papá está muerto.

Benjamín no entendía, pasó al teléfono asustado, no le di detalles, simplemente le dije dónde estaba y que necesitaba que estuviera con mi hermana cuando yo le diera la noticia. Él quería subir a acompañarme, no se lo permití. Ya mi abuela y la hermana mayor de mi mamá iban  camino al hospital. Yo estaba más preocupada por la reacción de mi hermana y no quería que recibiera la noticia sola en casa.

El ángel nuevamente apareció, me llevó al otro hospital. No recuerdo su nombre, a duras penas recuerdo su cara, era de noche. Pero jamás olvidaré todo lo que hizo por mí y las palabras que me decía mientras nos dirigíamos a cualquiera de los hospitales: “yo sé lo que siente niña, mi papá se murió hace dos meses, yo sé lo que siente, llore tranquila, desahóguese”.  Cuando nos despedimos mi mamá estaba viva. Seguro rezó para que siguiera así. Se fue, quedé completamente sola.

Eran ya las 11 de la noche, yo tiritaba de frío, El hospital estaba muy solo, la neblina ayudaba mucho a generar un ambiente sombrío, yo parecía un ente que se movía de un lado a otro, no sabía qué mas hacer. Allí me dejaron ver a mi mamá en cuidados intensivos. No quiero describir el desastre que vi. También me levantaron sabana y cobija, para explicarme la operación, las heridas. Vi un caos, moretones, sangre, tubos conectados. Tanta fue mi desesperanza que me despedí de mi madre. No supe qué más decir, solo despedirme y darle las gracias. Conmigo permaneció un enfermero que no entendía mi posición y  limpiaba sus lágrimas. Mi despedida fue sentida, llena de agradecimiento. Primero le conté que papá ya no estaba, que ella seguro ya sabía. Me demoré 20 minutos, entre llantos y sollozos para coordinar mis palabras y decirle que si tenía que partir que se fuera tranquila, que si tenía que seguir a mi padre que lo hiciera. Si alguien me pregunta ahora por qué dije lo que dije, no tengo respuesta. No lo sé. Nació del alma, era una sensación indecible.

Recogí, como pude, monedas para llamar de un teléfono público. Tenía que averiguar por mi hermana.  Se enteró en medio de una romería de vecinos que estaban en la puerta del bloque donde vivíamos. Todos tristes por la muerte de mi padre y esperando su llegada. Benjamín le dio la noticia, no había como llamarme, solo sabían que mi papá estaba muerto, ninguna noticia de mi mamá, tenían que esperar. 

Su catarsis además de llorar fue, con libreta telefónica en mano, llamar a cuanto número encontraba y recitar como poesía aprendida el hecho, para después colgar y no dar más explicaciones. Eso me lo contaron mis amigas del colegio que recibieron la llamada, tarde en la noche, y que no pudieron preguntar nada. Al devolver la llamada nadie contestaba en nuestro apartamento. Mi hermana reaccionó así pero desde la casa del vecino. No quería permanecer sola. Subió al apartamento lo más rápido que pudo, vivíamos en un tercer piso. Pidió que la acompañaran, para coger la libreta de teléfonos y sacar a Daysy, la poodle de la familia y quien temblaba, según me contaron luego Óscar Gómez y Rocío Saldarriaga, dos grandes amigos de mis padres, también vecinos. Don Óscar recibió a la perrita mientras pasaba todo. Daysy ni durmió ni se calmó, tembló toda la noche en sus piernas.
Daysy era muy apegada a ellos. Aquí con mi madre.

Benjamín quería subir con mi hermana a Rionegro. No era necesario porque ya la familia de mi mamá estaba en camino: mi abuela y mi tía iban acompañadas de dos primos más (sobrinos de mi mamá). Mi mamá estaba tan grave que no le era permitido a nadie más verla. El médico fue claro: "si no avanza después de la operación, no hay nada que hacer, solo esperar". Yo le pedí esa claridad. Papá ya estaba en medicina legal. En el transcurso de la noche llamé dos o tres veces. Mi hermana se quedó en casa del vecino esperando mi fatídica llamada, yo ya le había explicado que si mamá vivía era un milagro, que estaba muy mal.  Eran ya las 12 de la noche.

Mi abuela rezaba, mis primos caminaban de un lado a otro, mi tía lloraba y como pudo se metió a la habitación. La vio, tan mal como yo la vi, pero le pidió que luchara. No había caso, el cuerpo estaba en muy mal estado, hubo que quitar medio pulmón, tenía el abdomen y sus órganos muy dañados, además del golpe en la cabeza que le hinchó medio lado de la cara.

Seis horas duró la espera, seis horas después murió mi mamá. Ya era 3 de diciembre, 6 de la mañana. A esa hora entendió que, a pesar de luchar por vivir no iba a ser posible tener una vida normal. Entendió que el amor de su vida ya no estaba y que sin él no sabría si podía seguir viviendo. (Ya había dicho, en conversaciones con sus amigas, que si mi papá moría primero ella no sabría cómo seguir viviendo. Eran almas gemelas). Entendió que nosotras podríamos seguir sin ella, que ya ella había hecho lo correcto.

Eso lo entendió ella, nosotros en ese momento, no. A pesar de haberle dicho que se fuera tranquila, yo no tenía ni idea de cómo seguir la vida sin ella, sin ellos.

Su decisión, o ese destino que a cada quien corresponde, se asimiló muy lentamente, tomó tiempo, mucho tiempo.

Eso de que un duelo dura dos años es vil mentira, esos dolores del alma no se pueden medir en minutos, horas, días, meses o años.
 
Última foto. Octubre 1997
Lo primero que concluimos mi hermana y yo era que teníamos que estar  felices porque hicimos siempre lo correcto, fuimos muy buenas hijas, les dimos más alegrías que tristezas y estamos seguras de que hoy estarían levantando pecho, ambos, por lo que hemos logrado a pesar de su ausencia. No tuvimos remordimiento de nada, siempre fuimos un ejemplo del que ellos se sentían orgullosos y eso, ayudó un poco a lo que sobrevenía.

El duelo ha sido pesado, muy lento y medio loco: tuvimos terapias, sicológicas, bioenergéticas, nos quedamos con la sintergética, Beatriz Rojas, ella nos ayudó a curar el dolor desde adentro, pero fue sosegado. Han sido muchas las lágrimas en los ojos que he derramado y que sigo derramando, hay momentos en que la tristeza se me nota, no hay remedio. Pero si alguien me pregunta hoy si soy feliz, la repuesta es SÍ.

Nunca tuve la oportunidad de agradecer a mi ángel taxista, se esfumó, a lo mejor sí se despidió y ni cuenta me di. Si alguien lo conoce, díganle que para él va mi eterno agradecimiento por haberme dado su mano en ese momento tan trágico. Es la reivindicación de que aún existe la bondad y la compasión en el mundo. Fue mi faro, mi luz en el momento en que más necesitaba de alguien.

La muerte para mí ya es otra cosa, entendí que era lo único certero en la vida y que si no aprovecho cada minuto se me va la vida sin pensarlo dos veces.

Entendí que nadie nos enseña a aceptar la muerte y así nos enseñen es muy difícil hacerlo. Tenemos que aprender y por eso también escribo esta historia, para que muchos entiendan que ese ser querido que tienen al lado, a la vuelta de la esquina, en otra ciudad, o en otro país se puede ir para siempre de este mundo material en el próximo minuto.

Sí, es que en un minuto nos cambia la vida y pareciera que no lo hemos comprendido.

En medio de mis terapias de recuperación aparecieron, y gracias al periodismo, casos extremos que me sirvieron para darme cuenta de que hay gente que ha pasado por peores historias de vida y aún así son felices. En el camino me he encontrado con historias más pesadas y más duras que me han dado cachetadas de entendimiento.

Y esa es una de las motivaciones de este escrito: quienes sientan que su vida está desolada, perdida, sin motivación, traten de avanzar de la mejor manera y buscar la felicidad, la tranquilidad en su espíritu. Yo lo hice, mi hermana lo hizo, ambas logramos salir del abismo de una perdida tan traumática, conseguir nuestros sueños, sonreír de nuevo y dar gracias a la vida por todo.


Amen con intensidad, dejen de quejarse tanto, hagan el bien, no desgasten sus neuronas y hormonas en desearle el mal al otro o hacerle daño al otro, no vale la pena; busquen en el silencio las respuestas que en el bullicio, obviamente, no encontrarán. Cuidado con las palabras, hacemos mucho daño con ellas y a veces ni nos damos cuenta. No pisoteen a los demás, no hagan de sus entornos un mar de odios, rechazos y malas energías por cuenta de comportamientos hostiles, ególatras y presuntuosos. No sufran ni se preocupen tanto por insignificancias, disfruten cada segundo y no hagan cosas de las que luego se puedan arrepentir porque así como a mí, a usted, en un minuto, le puede cambiar la vida.

25 comentarios:

  1. Qué afortunada por ese ángel! Muy buen escrito y muy interesante seguir leyendo! Es definitivamente una terapia, como dices, para desahogarse!

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  2. Que bien Claudilla.... te felicito por tu blog, fue impresionante todo esto... me acuerdo muy bien... Cata y tú fueron y siguen siendo unas berracas!!!!

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  3. Claudia, no llorar al leer este, que para mi es un relato impresionante, en mi hogar, somos precisamente dos hijas, tengo a mis padres vivos y los amo con todo mi ser, más allá de mi misma, no alcanzo a dimensionar lo que se puede sentir...Gracias, porque con tu testimonio, a pesar de despertar en mi una gran tristeza, nos abres los ojos a una realidad que tarde que temprano tendremos que enfrentar con algún ser que amamos. Tienes razón, lo importante es, mientras vivan, darles lo mejor. Que Dios te bendiga mi niña fuerte y valiente. Conozco tu sonrisa y nunca imagine que detrás de esa sonrisa y esa gran amabilidad pudiese existir esta tremenda historia.

    Catalina Murillo Urrego
    ktamurillo@gmail.com
    catalina.murillo@agenciastm.com

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  4. Clau,,, llore, pero bueno lo importante es que salieron adelante y que tienen tu y tu hermana dos angeles que las cuidan ya te lo había dicho... Un abrazo y felicitaciones x el blog

    Claudia Milena Gaviria

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  5. Claudia, yo conocí la historia de lejos: el accidente, que llegabas de viaje esa noche y que tu hermanita y tú se quedaron solas repentinamente.
    Leer los detalles me partió el alma. Admiro la fortaleza de ustedes dos para sobreponerse al dolor y a la ausencia, y estoy segura de que no solo tus padres se sienten orgullosos.
    Lo bueno es que Dios siempre nos demuestra que, aún en los peores momentos, no estamos solos y te envió ese ángel mientras llegaban los tuyos.
    Un abrazo.
    Olga C. Jiménez

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  6. Claudia, eres ejemplo de vida, eres ejemplo de Superación, eres ejemplo de Berraquera......No sabes lo orgullosa que me siento al saber que te conozco.....Un abrazo.
    ASTRID E. VALDERRAMA

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  7. Admiración eterna!

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  8. Clao...
    Me partiste el corazón, me tocaste la herida que yo también llevo por la muerte de mi papá. Ya han pasado 8 años, y todavía no es fácil. Hay días más duros que otros, pero igual la ausencia se siente. Un abrazo y sigue adelante… Qué entereza la tuya.
    Caro E

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  9. Claudilla. Hace muchos años me contaste esta historia y siempre te tengo muy presente cada vez que oro por mis padres y recuerdo que los tuyos se han marchado y lo hicieron de esa manera tan dolorosa.
    Hoy, al leer este documento, lloré y volví a orar por ti.
    Eres una chica valiente, Dios te seguirá acompañando.
    Te mando un abrazo.
    Martha Cecilia Caballero Jerez

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  10. Claudia, qué te puedo decir, ya conocía la historia, pero no escrita, por alguna razón me parece más dolorosa ahora cuando la leo que cuando la conocí porque me contaste, pero al mismo tiempo la siento más esperanzadora y con una lección que vale la pena tener en cuenta. Un abrazo grande y muchas gracias porque de verdad que lo pone a uno a pensar.
    Adriana Yepes.

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  11. Son el reflejo de los padres maravillosos que les dieron la vida...Dios los bendiga. Y gracias por compartir tu sentir.

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  12. Finalmente te leí Claudia. Imposible no llorar , solo me resta decirte que te respeto y admiro como como la gran profesional que eres, pero sin duda como ser humano eres de otra liga. Valiente mujer con un corazón demasiado azucarado, gracias por ofrecernos con tu historia tantas reflexiones.Gracias Clau.

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  13. Imposible no llorar con este post, gracias por hacernos reflexionar y recordarnos que todo lo maravilloso que nos rodea debemos agradecerlo y disfrutarlo como si fuera el último día. Un abrazo y mil gracias

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  14. Imposible no llorar con este post, gracias por hacernos reflexionar y recordarnos que todo lo maravilloso que nos rodea debemos agradecerlo y disfrutarlo como si fuera el último día. Un abrazo y mil gracias

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  15. Gracias por compartir tu historia de vida. Yo creo que a partir de ella se pueden hacer muchas reflexiones, reflexiones a las que tú invitas al concluir, como que independientemente de cómo seamos, no nos dejemos llenar la cabeza de insignificancia pues el amor siempre debe ser más fuerte para permitir olvidar los pormenores qué tiene el hecho de ser humanos. Lograste arrancarme unas lágrimas. No es lo mismo cuando a uno le cuentan sobre la historia de ustedes dos y que eso a uno le genere admiración que cuando tiene la oportunidad de leerla, especialmente por los detalles, porque a través de ellos uno se imagina todo el dolor, la frustración, la tristeza, el desconsuelo; pero mucho más, la determinación. ¡Qué berraquera de chicas son ustedes! las felicito y pienso que el universo es sabio de alguna manera eso tenía que suceder.

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  16. Claudia te vi en televid y de inmediato busqué tu blok sin importar que fueran las dos de la madrugada. Tu historia tocó mucho mi vida porque hace menos de un año asesinaron dos de mis sobrinos hermanos y esa escena de dos ataúdes en una sala de velación es muy devastadora
    Agradezco tu valentía y te felicito por darnos tanto valor.

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  17. Claudia te vi en televid y de inmediato busqué tu blok sin importar que fueran las dos de la madrugada. Tu historia tocó mucho mi vida porque hace menos de un año asesinaron dos de mis sobrinos hermanos y esa escena de dos ataúdes en una sala de velación es muy devastadora
    Agradezco tu valentía y te felicito por darnos tanto valor.

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  18. Claudia que historia tan triste, como nos contaste este fin de semana en la finca de tu primo,no podia dejar de leerla,no pude evitar llorar,nos deja el mensaje mas grande de fortaleza y de valentia ante episodios tan duros como los que vivieron tu y tu hermana, en ese diciembre tan triste,lo bueno es que te sentimos muy bien y siempre estaremos contigo,cuando quieras, te queremos un monton!!!

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  19. Mi admiración total!! Fuerte abrazo!!

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  20. Clau...Mi admiración total!! Traer recuerdos tan duros que los ha matizado de una forma tan bella.... con el paso de los días he sido testigo de tu lucha y de tus logros . Adelante que te esperan muchas cosas bellas, que todo lo bueno te abrace y se quede contigo...lo demás que siga de largo!!

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  21. Coincidimos en la manera en que observas y enfrentas la vida. Una durísima experiencia para una jovencita y reconstruirse después de algo así debió ser muy difícil se logra cuando se tiene templanza y fuerza mental. Veo en ti a una mujer dulce y bella que ha convertido las experiencias dolorosas en sabiduría y eso es digno de resaltarlo. escrisole@gmail.com

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  22. Claudia, es una historia estremecedora. Gracias por compartir ese momento tan íntimo y dramático. Y por dejar un mensaje valioso como aprendizaje que otros debemos aprovechar.

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  23. Clau gracias por compartirnos esta historia de vida, que sin duda representa tu gran fuerza! te quiero y me quedo con esto: “ Y esa es una de las motivaciones de este escrito: quienes sientan que su vida está desolada, perdida, sin motivación, traten de avanzar de la mejor manera y buscar la felicidad, la tranquilidad en su espíritu. Yo lo hice, mi hermana lo hizo, ambas logramos salir del abismo de una perdida tan traumática, conseguir nuestros sueños, sonreír de nuevo y dar gracias a la vida por todo”.

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  24. Aprecio , admiro tu valentía estoica , en realidad no tengo el gusto de conocerte , al leer tu artículo , estamos conectados desde toda una vida , la paciencia es amarga , pero los frutos son dulces , aplicar con sapiensa desnuda la cimiente del sacrificio , es edificar las maravillosas doctrinas del éxito. Mis respetos

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